Música y autismo, un dúo sintonizado

Música y autismo, un dúo sintonizado

Este artículo está escrito en colaboración con la Semana del Sonido.

Casi todos escuchamos música con regularidad. Nos hace feliz, triste y nos hace sentir un panel de otras emociones. Pero también es una herramienta terapéutica, en particular en las enfermedades que afectan al cerebro como el autismo.

 

Usar la música como herramienta de psicoterapia fue iniciado durante la Segunda Guerra Mundial en América del Norte para cuidar de los veteranos. Rebosa de medidas de comunicación y es común a todas las culturas. Las únicas personas que no la pueden apreciar o que no son sensibles son individuos sufriendo amusia. Una patología que, según el grado, puede volver la música desagradable, e incluso dolorosa.

 


Una reorganización del cerebro

El hecho que este arte universal sea hoy en día usado como herramienta terapéutica no es un azar. Porque gracias a las neurociencias y sobretodo a la imaginería de resonancia magnética (IRM) y a otras técnicas, los científicos pudieron observar que cuando escuchamos nuestra pieza de metal favorita, o de pop, todas estas informaciones se ven transformadas en mensaje eléctrico que se dirige directo hacia las zonas de palabra, del aprendizaje, de la memoria, del movimiento y sobretodo emocionales (véase el artículo Cuando la música es buena). Este mensaje fulminante permite la transferencia de efectos terapéuticos no musicales vía cambios a nivel de la estructura del cerebro. ¡Ni más ni menos! Es lo que llamamos neuroplasticidad.

 


La música al servicio de las emociones

La música estimula diferentes zonas del cerebro. La que se caracteriza como música emocional (el Celine Dion que nos hace llorar por ejemplo) golpea justo en las zonas límbica y paralímbica, además de las regiones de recompensa. Sin embargo, no todo el mundo siente y trata las emociones de la misma manera. En otros términos, Celine Dion no nos anima a todos.

Esquema del sistema límbico

Las personas afectadas de trastornos autísticos (TSA) poseen dificultades de comunicación y de interacción. Más de la mitad tienen capacidades intelectuales inferiores a la media (o sea un IQ inferior a 85). Estas personas también tienen dificultades para identificar las emociones a partir de las expresiones de la cara, de los movimientos del cuerpo y de las expresiones vocales no verbales: es la alexitimia. Estas lagunas se ven añadidas a activaciones diferentes del cerebro de personas no afectadas. Se dice que estas activaciones están alteradas. Se encuentran menos activación del girus fusiforme y de la amígdala durante la visualización de las emociones en la cara.


Esquema del sistema límbico con amigdala y giro fusiforme

 

Cuando se escucha una música, tiene lugar un recorrido diferente. Se vuelve a encontrar una activación anormal del giro temporal superior/sulcus y giro frontal inferior.

Esquema de la superficie lateral izquierda del cerebro

Traducción, permite explicar el hecho de que una persona afectada de autismo no dirige su atención hacia las señales emocionales que vienen del entorno, pero sí las capta y las trata de manera analítica. Sin embargo, este tipo de análisis de la música no les impide distinguir las emociones que se hallan en ella. Las personas afectadas de autismo saben identificar músicas tristes o alegres, incluso si el tratamiento de la información no se hace de la misma manera. Las diferencias de señales tienen lugar en el ínsula. Es importante recordar que un autista también sentirá emociones por derecho propio y tendrá que hacer un esfuerzo de más para señalarlas.

 


Un poco de musicoterapia

La musicoterapia llena entonces varios objetivos en las personas afectadas de TSA. Permite en un primer momento el establecimiento de un vínculo entre el auxiliar y/o la familia sin necesidad de hablar. Practicada en grupo, esta permite aprender a tolerar la presencia y el contacto físico con otras personas, a distinguirse de los demás y a adoptar un comportamiento social.

La armonización musical y emocional se utiliza con el fin de trabajar en la sincronización de los movimientos. Permitir una mejor coordinación pero también disminuir los tics de repetición, un elemento común en esta patología.

Existen dos tipos de musicoterapia: la receptiva, basada en la escucha, y la activa que acaba con una producción sonora. Puede ser una producción vocal (canturreo, canto…), percusiones corporales o uso de un instrumento. Algunos TSA no hablan pero, gracias a este tipo de terapia, algunos consiguen cantar o canturrear, otros incluso reconocen melodías complejas.

Además de trabajar en la comunicación, la música permite a estas personas mejorar su atención así como su memoria. Esto se debe a una mejor reacción a la música que a la palabra. Esta activación es visible con la ayuda de imágenes en el seno de la corteza frontotemporal (zonas muy activas en lo verbal y lo social).


Esquema de los diferentes lóbulos del cerebro

La perturbación de esta zona de la corteza sugiere que otros mecanismos de tratamiento de la palabra pueden ser reclutadas en el canto. Se explica por el mero hecho que el canto posee una estructura definida y ritualizada, a menudo métrica y sobre todo más lenta que un discurso.

Un entrenamiento rítmico se extiende más allá del control de los movimientos. La música es temporal y secuencial (hecha de medida latida en ritmo). La regularidad de las impulsiones rítmicas genera las expectativas temporales que nos dan la posibilidad de predecir las próximas pulsaciones. Entonces, es posible que permita modular los mecanismos de anticipación y facilitar así el proceso de captación de la información.

 


Todos en ritmo

Las personas afectadas de TSA no son las únicas que se benefician de la musicoterapia. Al impactar numerosas claves en el seno de nuestra corteza, también se utiliza en el caso de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. En este caso preciso, la música ayuda a la “fijación” de la memoria al solidificar y crear nuevas conexiones entre neuronas. Es igual para el Parkinson, ayudando a estos pacientes a tener una mejor movilidad al moverse en ritmo. 

Para terminar, en cuanto a la dislexia. Al tener la música una fuerte acción en la zona del lenguaje y de la palabra, se trata de una técnica usada por los logopedas. 

Con la expansión de las técnicas en neuroimagen (la observación de las reacciones y del funcionamiento de nuestro cerebro en directo), los científicos tienen materia para observar y estudiar las múltiples aplicaciones y beneficios que estas notas y ritmos producen en el seno de nuestro cerebro. La neuroplasticidad cerebral, ahora visible, permite curar y volver a conectar las neuronas juntas. Un ámbito de investigación a desarrollar.

 

 

 

Fuentes :

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